Navidad en el asilo de noche, Rosa Luxemburgo

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Un acontecimiento acaba de turbar cruelmente la atmósfera de fiesta de nuestra capital. Las almas piadosas venían justamente de entonar el bello canto tradicional: “Navidad de alegría, Navidad de misericordia”, cuando se esparció bruscamente la noticia de que un envenenamiento en masa acababa de producirse en el asilo municipal. Las víctimas eran de diversas edades: Joseph Geihe, empleado, 21 años, Karl Melchior, obrero, de 47 anos, Lucien Scieptarorski, 65 anos, etc. Cada día se traían nuevas listas de hombres sin casa, victimas del envenenamiento. La muerte los finiquitaba por todas partes: en el asilo, en la prisión, en el “chaufoir” público o simplemente en la calle, acurrucados, en cualquier rincón. Antes que el año nuevo naciera, al son de las campanas, 150 se retorcían presas de los espantos de la agonía y 70 estaban ya muertos. Sigue leyendo

«No te pido que escribas poesía como Goethe»

Rosa Luxmburg u. Clara Zetkin / 1910

«Esta completa disolución en las miserias de cada día que pasa es totalmente inconcebible e intolerable para mí. Fíjate, por ejemplo, cómo Goethe se elevaba con una superioridad serena por encima de las cosas. Piensa solamente lo que tuvo que vivir: la gran revolución francesa que, a corta distancia, debería parecerle una fuerza sangrienta y sin ningún objetivo y luego, desde 1793 a 1815, una serie ininterrumpida de guerras…

Yo no te pido que escribas poesía como Goethe, pero su mirada sobre la vida -el universalismo de intereses, la armonía interior- está al alcance de cualquiera, o al menos, se debe tratar de llegar a eso. Y si me dices que Goethe podía hacerlo porque no era un militante político, te responderé que precisamente un militante es quien más tiene que esforzarse en ponerse por encima de las cosas, si no quiere chocar a cada paso contra todas las pequeñeces y miserias, siempre y cuando, naturalmente, se trate de un revolucionario verdadero».

Carta de Rosa Luxemburgo a su amiga Lulú (1917)

El revolucionario, como destructor y creador

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«Moscú» (1916), Kandinsky

¿Cuáles son las características esenciales del revolucionario? Hay que destacar que no tenemos derecho de separar al revolucionario de la base social en la que ha evolucionado y sin la cual no es nada. El revolucionario de nuestra época, que sólo puede estar ligado a la clase obrera, tiene sus propias particularidades psicológicas de entendimiento y de voluntad. Si esto es necesario y posible, el revolucionario rompe los obstáculos históricos, recurriendo a la fuerza para realizar su objetivo. Si esto no es posible, entonces hace un giro, hace trabajo de hormiga, y machaca con paciencia y determinación. Es un revolucionario porque no tiene miedo de romper los obstáculos y de emplear la fuerza implacablemente; al mismo tiempo, reconoce el valor histórico. Este es su objetivo permanente, mantener su trabajo, destructivo y creador, en su más alto grado de actividad, es decir, sacar de las condiciones históricas dadas el máximo rendimiento posible para la marcha hacia delante de la clase revolucionaria.

El revolucionario no conoce más que dificultades externas a su actividad y ningún obstáculo interno. Es decir: debe desarrollar en él mismo la capacidad de apreciar el campo de su actividad en todo su contenido concreto, con sus aspectos positivos y negativos, y sacar de esto un balance político correcto. Pero si está impedido internamente por obstáculos subjetivos a su acción, si le falta comprensión o voluntad, si está paralizado por un desacuerdo interno, por prejuicios religiosos, nacionales o corporativos, entonces es, como mucho, un semi revolucionario. Hay demasiados obstáculos en las condiciones objetivas para que el revolucionario pueda darse el lujo de multiplicar las dificultades y los roces de carácter objetivo por otros de carácter subjetivo. Entonces, educar al revolucionario debe consistir, por encima de todo, en franquear estos vestigios de ignorancia y superstición que se encuentran frecuentemente en una conciencia muy “sensible”. Por lo tanto, adoptamos una actitud totalmente irreconciliable frente a todos aquellos que pronuncien una sola palabra sobre la posibilidad de combinar el misticismo y el sentimiento religioso con el comunismo. La religión es irreconciliable con el punto de vista marxista.

Pensamos que el ateísmo, como elemento inseparable de la concepción materialista de la vida, es una condición necesaria de la educación teórica del revolucionario. El que cree en otro mundo no puede concentrar toda su pasión en la transformación de este mundo.

Las tareas de la educación comunista (1923), León Trotsky

¿Qué queremos hacer?, responde León Trotsky

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Estatua de Sverdlov en Ekaterinburgo

«La noción de “revolucionario” está imbuida del más alto ideal y de la moral más elevada que hayamos podido heredar de toda la época anterior de evolución cultural. Así, puede parecer que calumniemos a nuestra posteridad cuando no la vemos revolucionaria. Pero no debemos olvidar que el revolucionario es producto de condiciones históricas determinadas, un producto de la sociedad de clases. El revolucionario no es una abstracción psicológica. La revolución en sí no es un principio abstracto sino un hecho histórico material naciente de los antagonismos de clase, de la dominación violenta de una clase sobre otra. Así, el revolucionario es un tipo histórico concreto, y en consecuencia, temporal. Estamos orgullosos de pertenecer a este tipo de personas. Pero con nuestro trabajo, creamos las condiciones de un orden social donde no habrá antagonismos de clase ni revoluciones, y por ende, no habrá revolucionarios. Es verdad que podemos ampliar el sentido de la palabra “revolucionario” hasta englobar toda la actividad consciente de la humanidad tensado entre la dominación de la naturaleza y entre la extensión de las conquistas técnicas y culturales. Pero nada nos autoriza a operar semejante abstracción, semejante ampliación sin límites de la concepción del “revolucionario”, ya que no hemos cumplido para nada con nuestra tarea histórica revolucionaria concreta: el derrocamiento de la sociedad de clases. En consecuencia, estamos lejos de la tarea de educación del armonioso ciudadano de la comuna, consistente en formarlo por medio de un cuidadoso trabajo de laboratorio en el curso de un estado transitorio de la sociedad muy poco armoniosa. Tal empresa sería una utopía de una lamentable puerilidad. Lo que queremos hacer son luchadores, revolucionarios, que heredarán y completarán nuestras tradiciones históricas que todavía no hemos llevado a término«.

Las tareas de la educación comunista

(discurso pronunciado en 1923 en la Universidad de Sverdlov)

Paterson y el silencio de los intelectuales

Cada tanto, y no dejando pasar demasiado tiempo entremedio, podemos encontrar, ya sea como nota central de un suplemento periodístico o un especial de mesa redonda, en una revista de crítica cultural o como griterío de un programa radial, la idea de que estaríamos frente a un nuevo “silencio de los intelectuales”: un silencio que sería, en cada caso, o bien frente a su clase social, o frente al poder, o frente a las modas, o frente a las mujeres, los ancianos o frente a ese hombre con poder que persigue a un elefante en el safari. Silencios llamativos, justo de ellos (!), que están ahí para hacer ruido, para decir la palabra justa, para torcer las armonías políticas, conmover las éticas domésticas, despertar los corazones juveniles y, cuando no, seducir a alguien, a los grandes públicos, en el mejor de los casos, como consejero del Príncipe. Por eso, cuando se promociona y reitera que es el momento de hablar de “el silencio de los intelectuales”, ya está puesta y propuesta alguna forma de condena, por estar en ese momento (los intelectuales) en un modo que no es en el que (genéricamente) están.

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«Un tipo de sucesos que exceden lo personal»

«(…) así ocurre por caso con la coincidencia entre el día del nacimiento de Trotsky y el día de la Revolución de Octubre, y con esta confesión sincera: “No me di cuenta de esta curiosa coincidencia hasta tres años después de los días de Octubre”. ¿Qué otra cosa expresa este episodio de olvido, que es olvido del propio cumpleaños, sino una confirmación de esa premisa de que lo personal se atenúa al atravesar los grandes acontecimientos? En vez de superponer las dos cosas, el cumpleaños y la Revolución, para ofrecerlos al lector como un prodigio autoexaltatorio de nacimiento doble, Trotsky presenta esta otra variante: repliegue vehemente de todo lo que es personal, cuando la acción política se activa».

Martin Kohan